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Gaby Rincón

Mi religión y el adoctrinamiento

Actualizado: hace 10 horas

Algunos defensores de la educación impartida desde una perspectiva religiosa sostienen que esta forma de enseñanza es equilibrada y respetuosa. Argumentan que puede ser un pilar fundamental en la formación de valores, principios éticos y la construcción de entornos familiares y sociales para los niños. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación; sin embargo, mi objeción surge cuando se pretende invalidar el testimonio de cientos de niños católicos que, lamentablemente han experimentado la religión a través del miedo y el adoctrinamiento. Esta imposición no sólo les afecta psicológicamente, sino que también destruye aquello que la educación busca proteger: su relación con Dios.


Indudablemente, quienes niegan el impacto de la religión en nuestra salud mental jamás han presenciado cómo una niña de siete años llora inconsolablemente mientras el único pensamiento que invade su mente es: "No quiero ir al infierno". Este miedo profundo, inculcado por ciertas creencias, ha marcado a miles de niños nacidos en el seno del catolicismo, alejándolos lentamente de la religión que, paradójicamente, pretende protegerlos. 


Sería una mentira descarada negar el rol fundamental que tiene la religión en la salud mental. En las últimas décadas, tanto la Psicología como la Psiquiatría han mostrado una mayor apertura hacia los aspectos religiosos y espirituales, reconociendo la importancia de la cultura de los pacientes. Respaldados por esta evidencia, sugieren que la religión y la espiritualidad pueden influir en la salud mental, ya sea de manera beneficiosa o perjudicial. Incluso se ha consolidado un subcampo dentro de la Psicología, conocido como Psicología de la Religión, formalizado por la American Psychological Association (APA) y con creciente visibilidad a través de estudios y publicaciones.


Es incuestionable que la religión ha sido una parte fundamental de todas las culturas desde los inicios de la humanidad. Aunque los conceptos de religiosidad y espiritualidad no tienen definiciones universales, es una realidad que el ser humano, incluso después de tantos años de evolución, sigue adoptando creencias mayoritariamente religiosas. Esto, en mi opinión, demuestra la necesidad inherente del ser humano de tener un objeto de creencia, un objeto de adoración y un sujeto que le haga convencerse que la justicia divina tendrá cabida en su existencia. Necesitamos aquella tranquilidad que nos ayuda a enfrentar el inevitable destino de nuestra finitud. Por esto, siempre he creído que las personas religiosas son más felices que aquellas que no lo son. Está en nuestra naturaleza, y por ello es ideal que exista una educación que lo promueva.


Sin embargo, el desafío surge cuando esta educación se transforma en un mecanismo de imposición, donde la libertad de pensamiento y el cuestionamiento crítico son reemplazados por la obediencia ciega y la aceptación irreflexiva. En este punto, la línea que separa la educación del adoctrinamiento se difumina, y lo que alguna vez fue una herramienta para el crecimiento se convierte en un instrumento de control. Cuando aquel individuo se convierta en adulto y despierte del trance que se le impuso en su niñez —aquel que le controlaba—, solo tendrá sentimientos de repudio y rencor hacia una religión y un Dios que no son culpables de tal desprecio.


El adoctrinamiento religioso puede causar daños profundos e irreversibles en la mente de los niños. De primera mano, puedo atreverme a expresar cómo sufro de los síntomas que dejaron aquellos restos de pensamientos intrusivos que atormentaron mi niñez. Esto podrá parecer ingenuo o hasta tonto, pero en mis momentos de mayor reflexión, he llegado a cuestionar la ética y la moral de explicar a la mente ingenua de los infantes términos que parecieran digeribles, pero que para mí fueron un suplicio. Conceptos como “la eternidad”, “la divina trinidad”, “el día del juicio”, “el purgatorio”, “el pecado” y “el infierno” pueden ser abrumadores para un niño y desarrollarle un enorme sentimiento de culpa.


Finalmente, doy gracias a Dios por ayudarme a superar tal obstáculo que atormentó mis días por tanto tiempo. Esta experiencia me obliga a ser imperativa en mi posición sobre la vital importancia de que la educación religiosa se base en la libertad, el respeto y el diálogo. Solo así se podrá garantizar que no se convierta en un adoctrinamiento, sino en una herramienta que enriquezca la vida de los jóvenes y les permita diseñar su propio destino con conciencia y autenticidad, la cual, he desarrollado y en la que hoy me puedo atrever a apaciguar mis días en la tierra, creando esa realidad incierta y probablemente errónea de tener cierto poder en la interpretación de mi religión. De una vez por todas, hacer las paces con Dios y permitirme quitarme de los hombros el peso de aquel pensamiento o predicción tan fúnebre que me ha acechado casi toda mi vida. Porque a pesar de los altos y bajos en mi ejercicio de fé, siempre ha habido claridad en aquel factor inamovible: "No quiero ir al infierno".


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2 Comments

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thomas.ibanez007
Oct 06
Rated 5 out of 5 stars.

Muy buen artículo

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Guest
Oct 05
Rated 5 out of 5 stars.

Hermoso leerte Gabi

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